sábado, 29 de agosto de 2009

El ‘ethos’ que se solidariza




  

  Vivimos tiempos de gran barbarie porque es extremamente escasa la solidaridad entre los humanos. 1.400 millones de personas viven con menos de un dólar al día, dos tercios de los cuales conforman la humanidad futura: niños y jóvenes menores de 15 años, condenados a consumir 200 veces menos energía y materias primas que sus hermanos y hermanas norteamericanos. Pero ¿quién piensa en ellos? Los países opulentos no tienen el mínimo sentido de solidaridad, pues destinan menos del 1% de su riqueza interna bruta a combatir este flagelo. Para enfrentarlo, más que una revolución política se hace urgente una revolución ética, es decir, despertar un sentimiento profundo de hermandad y de familiaridad que haga intolerable tal deshumanización e impida a los voraces dinosaurios del consumismo continuar con su vandalismo individualista. Necesitamos, pues, de un ethos que se solidarice con todos estos caídos del camino.
La solidaridad está inscrita, objetivamente, en el código de todos los seres, pues todos somos interdependientes unos de otros. Coexistimos en el mismo cosmos y en la misma naturaleza con un origen y un destino comunes. Cosmólogos y físicos cuánticos nos aseguran que la ley suprema del universo es la de la solidaridad y la cooperación de todos con todos. La misma ley de la selección natural de Darwin, formulada a partir de los organismos vivos, debe ser pensada al interior de esta ley mayor. Además los seres luchan no sólo para sobrevivir, sino para realizar virtualidades presentes en su ser. A nivel humano, en vez de la selección natural, debemos proponer el cuidado y el amor. Así todos pueden ser incluidos, también los más débiles, y se evita que sean eliminados en nombre de los intereses de grupos que se imponen por la fuerza o de un tipo de cultura que se autoafirma rebajando a las demás.
La solidaridad se encuentra en la raíz del proceso de hominización. Cuando nuestros antepasados homínidos salían a buscar alimento, no lo consumían de manera individual, lo traían al grupo para repartirlo solidariamente. La solidaridad permitió el salto de la animalidad a la humanidad y la creación de la socialidad, que se expresa por el lenguaje. Todos debemos nuestra existencia al gesto solidario de nuestras madres que nos acogieron en la vida y en la familia.
Estos datos objetivos deben ser asumidos subjetivamente, como proyecto de la libertad que opta por la solidaridad como contenido de las relaciones sociales. La solidaridad política será el eje articulador de la geosociedad mundial o no habrá futuro para nadie. Solidaridad a ser construida a partir de abajo, de las víctimas de los procesos sociales. El imperativo suena así: «solidarízate con todos los seres, tus compañeros y compañeras de aventura planetaria, especialmente con los más perjudicados, para que todos puedan ser incluidos en tu cuidado». También es importante alimentar la solidaridad con las generaciones futuras, pues también ellas tienen derecho a una Tierra habitable.
Nuestra misión es cuidar de los seres, ser los guardianes del patrimonio natural y cultural común, haciendo que la biosfera siga siendo un bien de toda vida y no sólo nuestro. Gracias al ethos que se responsabiliza, veneramos cada ser y cada forma de vida.

 

sábado, 8 de agosto de 2009

Críticos, creativos cuidadores



 

Se ha dicho acertadamente que educar no es llenar una vasija vacía sino encender una luz. En otras palabras, educar es enseñar a pensar y no sólo enseñar a tener conocimientos. Éstos nacen del hábito de pensar con profundidad. Hoy en día conocemos mucho pero pensamos poco lo que conocemos. Aprender a pensar es decisivo para situarnos autonómamente en el interior de la sociedad del conocimiento y de la información. En caso contrario, seremos simplemente sus lacayos, condenados a repetir modelos y fórmulas que se superan rápidamente. Para pensar, de verdad, necesitamos ser críticos, creativos y cuidadores.
Somos críticos cuando situamos cada texto o evento en su contexto biográfico, social e histórico. Todo conocimiento implica también intereses, que crean ideologías, que son formas de justificación y a veces de encubrimiento. Ser crítico es quitar la máscara de los intereses escondidos y sacar a la superficie las conexiones ocultas. La buena crítica también es siempre autocrítica. Sólo así se abre espacio para un conocimiento que corresponde mejor a lo real, siempre cambiante. Pensar críticamente es dar buenas razones de aquello que queremos e implica también situar al ser humano y al mundo en el marco general de las cosas y del universo en evolución.
Somos creativos cuando vamos más allá de las fórmulas convencionales e inventamos maneras sorprendentes de expresarnos a nosotros mismos y de pronunciar el mundo; cuando establecemos relaciones nuevas, introducimos diferencias sutiles, identificamos potencialidades de la realidad y proponemos innovaciones y alternativas consistentes. Ser creativo es dar alas a la imaginación, \"la loca de la casa\", que sueña con cosas aún no ensayadas, pero sin olvidar la razón que nos pone los pies en la tierra y nos garantiza el sentido de las mediaciones.
Somos cuidadores cuando prestamos atención a los valores que están en juego, atentos a lo que realmente interesa, y preocupados por el impacto que nuestras ideas y acciones pueden causar en los demás. Somos cuidadores cuando no nos contentamos solamente con clasificar y analizar datos, sino cuando sabemos distinguir a personas, destinos y valores que están detrás de ellos. Por eso, somos cuidadores cuando discernimos lo que es urgente y lo que no lo es, cuando establecemos prioridades y aceptamos los procesos. En otras palabras, ser cuidador es ser ético, persona que pone el bien común por encima del bien particular, que se hace corresponsable de la calidad de vida social y ecológica, y que da valor a la dimensión espiritual, importante para el sentido de la vida y de la muerte.
La tradición ilustrada de educación ha enfatizado mucho la dimensión crítica y la creativa, pero menos la cuidadora. Ésta es urgente hoy. Si no somos colectivamente cuidadores vaciaremos la crítica y la creatividad, y podemos echar todo a perder; o bien viviremos en una sociedad con una justicia mínima y una paz amenazada y unas frágines condiciones de la biosfera, sin las que no hay vida...
Albert Einstein despertó a la dimensión cuidadora de todo saber cuando Krishnamurti le interpeló: ¿En qué medida, Sr. Einstein, su teoría de la relatividad ayuda a disminuir el sufrimiento humano? Einstein, perplejo, guardó discreto silencio. Pero cambió. A partir de ahí se comprometió por la paz y contra las armas nucleares.
En todos los ámbitos de la vida, necesitamos personas críticas, creativas y cuidadoras. Es condición para una ciudadanía plena y para una sociedad que no cesa de renovarse. Tarea de la educación hoy es crear tal tipo de personas.