DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL MUNDO DE LA ESCUELA ITALIANA
AL MUNDO DE LA ESCUELA ITALIANA
Plaza de San Pedro
Sábado 10 de mayo de 2014
Sábado 10 de mayo de 2014
Queridos amigos, ¡buenas tardes!
Ante todo os doy las gracias porque habéis realizado una cosa ¡verdaderamente hermosa! Este encuentro es muy bueno: un gran encuentro de la escuela italiana, toda la escuela: chicos y grandes; maestros, personal no docente, alumnos y padres de familia; escuela estatal y no estatal… Doy las gracias al cardenal Bagnasco, al ministro Giannini y a todos los que han colaborado; y estos testimonios, verdaderamente hermosos e importantes. He escuchado muchas cosas bellas, que me han hecho bien. Se ve que esta manifestación no es «contra», es «a favor de». No es una protesta, ¡es una fiesta! Una fiesta por la escuela. Sabemos bien que hay problemas y cosas que no funcionan, lo sabemos. Pero vosotros estáis aquí, nosotros estamos aquí porque amamos la escuela. Digo «nosotros» porque yo amo la escuela, la he amado como alumno, como estudiante y como maestro. Y luego como obispo. En la diócesis de Buenos Aires encontraba a menudo al mundo de la escuela, y hoy os agradezco por haber preparado este encuentro, que sin embargo, no es de Roma sino de toda Italia. Os agradezco mucho por esto. ¡Gracias!
¿Por qué amo la escuela? Voy a probar a decíroslo. Tengo una imagen. He escuchado aquí que no se crece solos y que siempre hay una mirada que te ayuda a crecer. Y tengo la imagen de mi primera maestra, esa mujer, esa maestra que me recibió a los seis años, en el primer grado de la escuela. Nunca la he olvidado. Ella me hizo amar la escuela. Y después fui a visitarla durante toda su vida hasta el momento en que falleció, a los 98 años. Y esta imagen me hace bien. Amo la escuela porque esa mujer me enseñó a amarla. Este es el primer motivo por el que amo la escuela.
Amo la escuela porque es sinónimo de apertura a la realidad. ¡Al menos así debería ser! Pero no siempre logra serlo, y entonces quiere decir que es necesario cambiar un poco el enfoque. Ir a la escuela significa abrir la mente y el corazón a la realidad, en la riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones. Y nosotros no tenemos derecho a tener miedo de la realidad. La escuela nos enseña a comprender la realidad. Ir a la escuela significa abrir la mente y el corazón a la realidad, en la riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones. ¡Y esto es bellísimo! En los primeros años se aprende a 360 grados, luego poco a poco se profundiza un aspecto y finalmente se especializa. Pero si uno ha aprendido a aprender —este es el secreto ¡aprender a aprender!— esto le queda para siempre, permanece una persona abierta a la realidad. Esto lo enseñaba también un gran educador italiano, que era un sacerdote: don Lorenzo Milani.
Los maestros son los primeros que deben permanecer abiertos a la realidad —he escuchado los testimonios de vuestros maestros; me ha gustado oírlos tan abiertos a la realidad— con la mente siempre abierta a aprender. Porque si un maestro no está abierto a aprender, no es un buen maestro, y ni siquiera es interesante; los muchachos lo perciben, tienen «olfato», y son atraídos por los profesores que tienen un pensamiento abierto, «inconcluso», que buscan «algo más», y así contagian esta actitud a los estudiantes. Este es uno de los motivos por el que amo la escuela.
Otro motivo es que la escuela es un lugar de encuentro. Porque todos nosotros estamos en camino, poniendo en marcha un proceso, realizando un camino. Y he escuchado que la escuela —todos lo hemos escuchado hoy— no es un estacionamiento. Es un lugar de encuentro en el camino. Se encuentra a los compañeros; se encuentra a los maestros; se encuentra al personal asistente. Los padres encuentran a los profesores; el director encuentra a las familias, etcétera. Es un lugar de encuentro. Y nosotros hoy tenemos necesidad de esta cultura del encuentro para conocernos, para amarnos, para caminar juntos. Y esto es fundamental precisamente en la edad del crecimiento, como un complemento a la familia. La familia es el primer núcleo de relaciones: la relación con el padre, la madre y los hermanos es la base, y nos acompaña siempre en la vida. Pero en la escuela nosotros «socializamos»: encontramos personas diferentes a nosotros, diferentes por edad, por cultura, por origen, por capacidades… La escuela es la primera sociedad que integra a la familia. La familia y la escuela jamás van contrapuestas. Son complementarias, y, por lo tanto, es importante que colaboren, en el respeto recíproco. Y las familias de los muchachos de una clase pueden hacer mucho colaborando juntas entre ellas y con los maestros. Esto hace pensar en un proverbio africano muy hermoso: «Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo». Para educar a un muchacho se necesita a mucha gente: familia, maestros, personal no docente, profesores, ¡todos! ¿Os agrada este proverbio africano? ¿Os gusta? Digámoslo juntos: para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo, ¡juntos! Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo. Y pensad en esto.
Y además amo la escuela porque nos educa en lo verdadero, en el bien y en lo bello. Los tres van juntos. La educación no puede ser neutra. O es positiva o es negativa; o enriquece o empobrece; o hace crecer a la persona o la deprime, incluso puede corromperla. Y en la educación es muy importante lo que también hemos escuchado hoy: siempre, es mejor una derrota limpia que una victoria sucia ¡Recordadlo! Esto nos hará bien para la vida. Digámoslo juntos: siempre es mejor una derrota limpia que una victoria sucia. ¡Todos juntos! Siempre es mejor una derrota limpia que una victoria sucia.
La misión de la escuela es desarrollar el sentido de lo verdadero, el sentido del bien y el sentido de lo bello. Y esto ocurre a través de un camino rico, hecho de muchos «ingredientes». He aquí por qué existen tantas disciplinas. Porque el desarrollo es fruto de diversos elementos que actúan juntos y estimulan la inteligencia, la conciencia, la afectividad, el cuerpo, etcétera. Por ejemplo, si estudio esta plaza, la plaza de San Pedro, aprendo cosas de arquitectura, de historia, de religión, incluso de astronomía. El obelisco recuerda al sol, pero pocos saben que esta plaza es también una gran meridiana.
De esta manera cultivamos en nosotros lo verdadero, el bien y lo bello; y aprendemos que estas tres dimensiones no están jamás separadas, sino siempre entrelazadas. Si una cosa es verdadera, es buena y es bella; si es bella, es buena y es verdadera; y si es buena, es verdadera y es bella. Y estos elementos juntos nos hacen crecer y nos ayudan a amar la vida, incluso cuando estamos mal, también en medio de los problemas. La verdadera educación nos hace amar la vida y nos abre a la plenitud de la vida.
Y, por último, quisiera decir que en la escuela no aprendemos solamente conocimientos, contenidos, sino que aprendemos también hábitos y valores. Se educa para conocer muchas cosas, o sea, muchos contenidos importantes, para tener ciertos hábitos y también para asumir los valores. Y esto es muy importante. Os deseo a todos vosotros, padres, maestros, personas que trabajáis en la escuela y estudiantes, un hermoso camino en la escuela, un camino que haga crecer las tres lenguas que una persona madura debe saber hablar: la lengua de la mente, la lengua del corazón y la lengua de las manos. Pero con armonía, es decir, pensar lo que tú sientes y lo que tú haces; sentir bien lo que tú piensas y lo que tú haces; y hacer bien lo que tú piensas y lo que tú sientes. Las tres lenguas, armoniosas y juntas. Gracias una vez más a los organizadores de esta jornada y a todos vosotros que habéis venido. Y por favor... por favor, ¡no nos dejemos robar el amor por la escuela! ¡Gracias!
Ante todo os doy las gracias porque habéis realizado una cosa ¡verdaderamente hermosa! Este encuentro es muy bueno: un gran encuentro de la escuela italiana, toda la escuela: chicos y grandes; maestros, personal no docente, alumnos y padres de familia; escuela estatal y no estatal… Doy las gracias al cardenal Bagnasco, al ministro Giannini y a todos los que han colaborado; y estos testimonios, verdaderamente hermosos e importantes. He escuchado muchas cosas bellas, que me han hecho bien. Se ve que esta manifestación no es «contra», es «a favor de». No es una protesta, ¡es una fiesta! Una fiesta por la escuela. Sabemos bien que hay problemas y cosas que no funcionan, lo sabemos. Pero vosotros estáis aquí, nosotros estamos aquí porque amamos la escuela. Digo «nosotros» porque yo amo la escuela, la he amado como alumno, como estudiante y como maestro. Y luego como obispo. En la diócesis de Buenos Aires encontraba a menudo al mundo de la escuela, y hoy os agradezco por haber preparado este encuentro, que sin embargo, no es de Roma sino de toda Italia. Os agradezco mucho por esto. ¡Gracias!
¿Por qué amo la escuela? Voy a probar a decíroslo. Tengo una imagen. He escuchado aquí que no se crece solos y que siempre hay una mirada que te ayuda a crecer. Y tengo la imagen de mi primera maestra, esa mujer, esa maestra que me recibió a los seis años, en el primer grado de la escuela. Nunca la he olvidado. Ella me hizo amar la escuela. Y después fui a visitarla durante toda su vida hasta el momento en que falleció, a los 98 años. Y esta imagen me hace bien. Amo la escuela porque esa mujer me enseñó a amarla. Este es el primer motivo por el que amo la escuela.
Amo la escuela porque es sinónimo de apertura a la realidad. ¡Al menos así debería ser! Pero no siempre logra serlo, y entonces quiere decir que es necesario cambiar un poco el enfoque. Ir a la escuela significa abrir la mente y el corazón a la realidad, en la riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones. Y nosotros no tenemos derecho a tener miedo de la realidad. La escuela nos enseña a comprender la realidad. Ir a la escuela significa abrir la mente y el corazón a la realidad, en la riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones. ¡Y esto es bellísimo! En los primeros años se aprende a 360 grados, luego poco a poco se profundiza un aspecto y finalmente se especializa. Pero si uno ha aprendido a aprender —este es el secreto ¡aprender a aprender!— esto le queda para siempre, permanece una persona abierta a la realidad. Esto lo enseñaba también un gran educador italiano, que era un sacerdote: don Lorenzo Milani.
Los maestros son los primeros que deben permanecer abiertos a la realidad —he escuchado los testimonios de vuestros maestros; me ha gustado oírlos tan abiertos a la realidad— con la mente siempre abierta a aprender. Porque si un maestro no está abierto a aprender, no es un buen maestro, y ni siquiera es interesante; los muchachos lo perciben, tienen «olfato», y son atraídos por los profesores que tienen un pensamiento abierto, «inconcluso», que buscan «algo más», y así contagian esta actitud a los estudiantes. Este es uno de los motivos por el que amo la escuela.
Otro motivo es que la escuela es un lugar de encuentro. Porque todos nosotros estamos en camino, poniendo en marcha un proceso, realizando un camino. Y he escuchado que la escuela —todos lo hemos escuchado hoy— no es un estacionamiento. Es un lugar de encuentro en el camino. Se encuentra a los compañeros; se encuentra a los maestros; se encuentra al personal asistente. Los padres encuentran a los profesores; el director encuentra a las familias, etcétera. Es un lugar de encuentro. Y nosotros hoy tenemos necesidad de esta cultura del encuentro para conocernos, para amarnos, para caminar juntos. Y esto es fundamental precisamente en la edad del crecimiento, como un complemento a la familia. La familia es el primer núcleo de relaciones: la relación con el padre, la madre y los hermanos es la base, y nos acompaña siempre en la vida. Pero en la escuela nosotros «socializamos»: encontramos personas diferentes a nosotros, diferentes por edad, por cultura, por origen, por capacidades… La escuela es la primera sociedad que integra a la familia. La familia y la escuela jamás van contrapuestas. Son complementarias, y, por lo tanto, es importante que colaboren, en el respeto recíproco. Y las familias de los muchachos de una clase pueden hacer mucho colaborando juntas entre ellas y con los maestros. Esto hace pensar en un proverbio africano muy hermoso: «Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo». Para educar a un muchacho se necesita a mucha gente: familia, maestros, personal no docente, profesores, ¡todos! ¿Os agrada este proverbio africano? ¿Os gusta? Digámoslo juntos: para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo, ¡juntos! Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo. Y pensad en esto.
Y además amo la escuela porque nos educa en lo verdadero, en el bien y en lo bello. Los tres van juntos. La educación no puede ser neutra. O es positiva o es negativa; o enriquece o empobrece; o hace crecer a la persona o la deprime, incluso puede corromperla. Y en la educación es muy importante lo que también hemos escuchado hoy: siempre, es mejor una derrota limpia que una victoria sucia ¡Recordadlo! Esto nos hará bien para la vida. Digámoslo juntos: siempre es mejor una derrota limpia que una victoria sucia. ¡Todos juntos! Siempre es mejor una derrota limpia que una victoria sucia.
La misión de la escuela es desarrollar el sentido de lo verdadero, el sentido del bien y el sentido de lo bello. Y esto ocurre a través de un camino rico, hecho de muchos «ingredientes». He aquí por qué existen tantas disciplinas. Porque el desarrollo es fruto de diversos elementos que actúan juntos y estimulan la inteligencia, la conciencia, la afectividad, el cuerpo, etcétera. Por ejemplo, si estudio esta plaza, la plaza de San Pedro, aprendo cosas de arquitectura, de historia, de religión, incluso de astronomía. El obelisco recuerda al sol, pero pocos saben que esta plaza es también una gran meridiana.
De esta manera cultivamos en nosotros lo verdadero, el bien y lo bello; y aprendemos que estas tres dimensiones no están jamás separadas, sino siempre entrelazadas. Si una cosa es verdadera, es buena y es bella; si es bella, es buena y es verdadera; y si es buena, es verdadera y es bella. Y estos elementos juntos nos hacen crecer y nos ayudan a amar la vida, incluso cuando estamos mal, también en medio de los problemas. La verdadera educación nos hace amar la vida y nos abre a la plenitud de la vida.
Y, por último, quisiera decir que en la escuela no aprendemos solamente conocimientos, contenidos, sino que aprendemos también hábitos y valores. Se educa para conocer muchas cosas, o sea, muchos contenidos importantes, para tener ciertos hábitos y también para asumir los valores. Y esto es muy importante. Os deseo a todos vosotros, padres, maestros, personas que trabajáis en la escuela y estudiantes, un hermoso camino en la escuela, un camino que haga crecer las tres lenguas que una persona madura debe saber hablar: la lengua de la mente, la lengua del corazón y la lengua de las manos. Pero con armonía, es decir, pensar lo que tú sientes y lo que tú haces; sentir bien lo que tú piensas y lo que tú haces; y hacer bien lo que tú piensas y lo que tú sientes. Las tres lenguas, armoniosas y juntas. Gracias una vez más a los organizadores de esta jornada y a todos vosotros que habéis venido. Y por favor... por favor, ¡no nos dejemos robar el amor por la escuela! ¡Gracias!