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sábado, 8 de agosto de 2015

El Papa Francisco a los educadores del Ecuador


ENCUENTRO CON EL MUNDO DE LA ENSEÑANZA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Pontificia Universidad Católica de Ecuador, Quito
Marte
s 7 de julio de 2015

Hermanos en el Episcopado,
Señor Rector,
Distinguidas autoridades,
Queridos profesores y alumnos,
Amigos y amigas:

Siento mucha alegría por estar esta tarde con ustedes en esta Pontificia Universidad del Ecuador, que, desde hace casi setenta años, realiza y actualiza la fructífera misión educadora de la Iglesia al servicio de los hombres y mujeres de la Nación. Agradezco las amables palabras con las que me han recibido y me han transmitido las inquietudes y las esperanzas que brotan en ustedes ante el reto personal y social, de la educación. Pero veo que hay algunos nubarrones ahí en el horizonte, espero que no venga la tormenta, no más una leve garúa.
En el Evangelio acabamos de escuchar cómo Jesús, el Maestro, enseñaba a la muchedumbre y al pequeño grupo de los discípulos, acomodándose a su capacidad de comprensión. Lo hacía con parábolas, como la del sembrador (Lc 8, 4-15). El Señor siempre fue plástico en el modo de enseñar. De una forma que todos podían entender. Jesús, no buscaba, «doctorear». Por el contrario, quiere llegar al corazón del hombre, a su inteligencia, a su vida y para que ésta dé fruto.
La parábola del sembrador, nos habla de cultivar. Nos muestra los tipos de tierra, los tipos de siembra, los tipos de fruto y la relación que entre ellos se genera. Y ya desde el Génesis, Dios le susurra al hombre esta invitación: cultivar y cuidar.
No solo le da la vida, le da la tierra, la creación. No solo le da una pareja y un sinfín de posibilidades. Le hace también una invitación, le da una misión. Lo invita a ser parte de su obra creadora y le dice: ¡cultiva! Te doy las semillas, te doy la tierra, el agua, el sol, te doy tus manos y la de tus hermanos. Ahí lo tienes, es también tuyo. Es un regalo, es un don, es una oferta. No es algo adquirido, no es algo comprado. Nos precede y nos sucederá.
Es un don dado por Dios para que con Él podamos hacerlo nuestro. Dios no quiere una creación para sí, para mirarse a sí mismo. Todo lo contrario. La creación, es un don para ser compartido. Es el espacio que Dios nos da, para construir con nosotros, para construir un nosotros. El mundo, la historia, el tiempo es el lugar donde vamos construyendo ese nosotros con Dios, el nosotros con los demás, el nosotros con la tierra. Nuestra vida, siempre esconde esa invitación, una invitación más o menos consciente, que siempre permanece.
Pero notemos una peculiaridad. En el relato del Génesis, junto a la palabra cultivar, inmediatamente dice otra: cuidar. Una se explica a partir de la otra. Una va de mano de la otra. No cultiva quien no cuida y no cuida quien no cultiva.
No sólo estamos invitados a ser parte de la obra creadora cultivándola, haciéndola crecer, desarrollándola, sino que estamos también invitados a cuidarla, protegerla, custodiarla. Hoy esta invitación se nos impone a la fuerza. Ya no como una mera recomendación, sino como una exigencia que nace por el daño que provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en la tierra. Hemos crecido pensado tan solo que debíamos “cultivar”, que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados quizás a expoliarla... por eso entre los pobres más abandonados y maltratados está nuestra oprimida y devastada tierra (Enc. Laudato si’ 2).
Existe una relación entre nuestra vida y la de nuestra madre la tierra. Entre nuestra existencia y el don que Dios nos dio. «El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podemos afrontar adecuadamente la degradación humana y social si no prestamos atención a las causas que tiene que ver con la degradación humana y social» (ibid., 48) Pero así como decimos se «degradan», de la misma manera podemos decir, «se sostienen y se pueden transfigurar». Es una relación que guarda una posibilidad, tanto de apertura, de transformación, de vida como de destrucción, de muerte.
Hay algo que es claro, no podemos seguir dándole la espalda a nuestra realidad, a nuestros hermanos, a nuestra madre la tierra. No nos es lícito ignorar lo que está sucediendo a nuestro alrededor como si determinadas situaciones no existiesen o no tuvieran nada que ver con nuestra realidad. No nos es lícito, más aún no es humano entrar en el juego de la cultura del descarte.
Una y otra vez, sigue con fuerza esa pregunta de Dios a Caín: «¿Dónde está tu hermano?». Yo me pregunto si nuestra respuesta seguirá siendo: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4, 9).
Yo vivo en Roma, en invierno hace frío. Sucede que muy cerquita del Vaticano aparezca un anciano, a la mañana, muerto de frío. No es noticia en ninguno de los diarios, en ninguna de las crónicas. Un pobre que muere de frío y de hambre hoy no es noticia, pero si las bolsas de las principales capitales del mundo bajan dos o tres puntos se arma el gran escándalo mundial. Yo me pregunto: ¿dónde está tu hermano? Y les pido que se hagan otra vez, cada uno, esa pregunta, y la hagan a la universidad. A vos Universidad católica, ¿dónde está tu hermano?
En este contexto universitario sería bueno preguntarnos sobre nuestra educación de frente a esta tierra que clama al cielo.
Nuestros centros educativos son un semillero, una posibilidad, tierra fértil para cuidar, estimular y proteger. Tierra fértil sedienta de vida.
Me pregunto con Ustedes educadores: ¿Velan por sus alumnos, ayudándolos a desarrollar un espíritu crítico, un espíritu libre, capaz de cuidar el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz de buscar nuevas respuestas a los múltiples desafíos que la sociedad hoy plantea a la humanidad? ¿Son capaces de estimularlos a no desentenderse de la realidad que los circunda, no desentenderse de lo que pasa alrededor? ¿Son capaces de estimularlos a eso? Para eso hay que sacarlos del aula, su mente tiene que salir del aula, su corazón tiene que salir del aula. ¿Cómo entra en la currícula universitaria o en las distintas áreas del quehacer educativo, la vida que nos rodea, con sus preguntas, sus interrogantes, sus cuestionamientos? ¿Cómo generamos y acompañamos el debate constructor, que nace del diálogo en pos de un mundo más humano? El diálogo, esa palabra puente, esa palabra que crea puentes.
Y hay una reflexión que nos involucra a todos, a las familias, a los centros educativos, a los docentes: ¿cómo ayudamos a nuestros jóvenes a no identificar un grado universitario como sinónimo de mayor status, sinónimo de mayor dinero o prestigio social? No son sinónimos. Cómo ayudamos a identificar esta preparación como signo de mayor responsabilidad frente a los problemas de hoy en día, frente al cuidado del más pobre, frente al cuidado del ambiente.
Y ustedes, queridos jóvenes que están aquí, presente y futuro de Ecuador, son los que tienen que hacer lío. Con ustedes, que son semilla de transformación de esta sociedad, quisiera preguntarme: ¿saben que este tiempo de estudio, no es sólo un derecho, sino también un privilegio que ustedes tienen? ¿Cuántos amigos, conocidos o desconocidos, quisieran tener un espacio en esta casa y por distintas circunstancias no lo han tenido? ¿En qué medida nuestro estudio, nos ayuda y nos lleva a solidarizarnos con ellos? Háganse estas preguntas queridos jóvenes.
Las comunidades educativas tienen un papel fundamental, un papel esencial en la construcción de la ciudadanía y de la cultura. Cuidado, no basta con realizar análisis, descripciones de la realidad; es necesario generar los ámbitos, espacios de verdadera búsqueda, debates que generen alternativas a las problemática existentes, sobre todo hoy. Que es necesario ir a lo concreto.
Ante la globalización del paradigma tecnocrático que tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital y de plenitud de valores, como si la realidad, el bien, la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico» (Enc. Laudato si’, 105), hoy a ustedes, a mi, a todos, se nos pide que con urgencia nos animemos a pensar, a buscar, a discutir sobre nuestra situación actual. Y digo urgencia, que nos animemos a pensar sobre qué cultura, qué tipo de cultura queremos o pretendemos no solo para nosotros, sino para nuestros hijos y nuestros nietos. Esta tierra, la hemos recibido en herencia, como un don, como un regalo. Qué bien nos hará preguntarnos: ¿Cómo la queremos dejar? ¿Qué orientación, qué sentido queremos imprimirle a la existencia? ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué luchamos y trabajamos? (cf. ibid., 160), ¿para qué estudiamos?
Las iniciativas individuales siempre son buenas y fundamentales, pero se nos pide dar un paso más: animarnos a mirar la realidad orgánicamente y no fragmentariamente; a hacernos preguntas que nos incluyen a todos, ya que todo «está relacionado entre sí» (ibid., 138). No hay derecho a la exclusión.
Como Universidad, como centros educativos, como docentes y estudiantes, la vida nos desafía a responder a estas dos preguntas: ¿Para qué nos necesita esta tierra? ¿Dónde está tu hermano?
El Espíritu Santo que nos inspire y acompañe, pues Él nos ha convocado, nos ha invitado, nos ha dado la oportunidad y, a su vez, la responsabilidad de dar lo mejor de nosotros. Nos ofrece la fuerza y la luz que necesitamos. Es el mismo Espíritu, que el primer día de la creación aleteaba sobre las aguas queriendo transformar, queriendo dar vida. Es el mismo Espíritu que le dio a los discípulos la fuerza de Pentecostés. Es el mismo Espíritu que no nos abandona y se hace uno con nosotros para que encontremos caminos de vida nueva. Que sea Él nuestro compañero y nuestro maestro de camino. Muchas gracias.

sábado, 17 de mayo de 2014

Francisco habla sobre educación

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL MUNDO DE LA ESCUELA ITALIANA
Plaza de San Pedro
Sábado 10 de mayo de 2014

 
 Queridos amigos, ¡buenas tardes!
Ante todo os doy las gracias porque habéis realizado una cosa ¡verdaderamente hermosa! Este encuentro es muy bueno: un gran encuentro de la escuela italiana, toda la escuela: chicos y grandes; maestros, personal no docente, alumnos y padres de familia; escuela estatal y no estatal… Doy las gracias al cardenal Bagnasco, al ministro Giannini y a todos los que han colaborado; y estos testimonios, verdaderamente hermosos e importantes. He escuchado muchas cosas bellas, que me han hecho bien. Se ve que esta manifestación no es «contra», es «a favor de». No es una protesta, ¡es una fiesta! Una fiesta por la escuela. Sabemos bien que hay problemas y cosas que no funcionan, lo sabemos. Pero vosotros estáis aquí, nosotros estamos aquí porque amamos la escuela. Digo «nosotros» porque yo amo la escuela, la he amado como alumno, como estudiante y como maestro. Y luego como obispo. En la diócesis de Buenos Aires encontraba a menudo al mundo de la escuela, y hoy os agradezco por haber preparado este encuentro, que sin embargo, no es de Roma sino de toda Italia. Os agradezco mucho por esto. ¡Gracias!
¿Por qué amo la escuela? Voy a probar a decíroslo. Tengo una imagen. He escuchado aquí que no se crece solos y que siempre hay una mirada que te ayuda a crecer. Y tengo la imagen de mi primera maestra, esa mujer, esa maestra que me recibió a los seis años, en el primer grado de la escuela. Nunca la he olvidado. Ella me hizo amar la escuela. Y después fui a visitarla durante toda su vida hasta el momento en que falleció, a los 98 años. Y esta imagen me hace bien. Amo la escuela porque esa mujer me enseñó a amarla. Este es el primer motivo por el que amo la escuela.
Amo la escuela porque es sinónimo de apertura a la realidad. ¡Al menos así debería ser! Pero no siempre logra serlo, y entonces quiere decir que es necesario cambiar un poco el enfoque. Ir a la escuela significa abrir la mente y el corazón a la realidad, en la riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones. Y nosotros no tenemos derecho a tener miedo de la realidad. La escuela nos enseña a comprender la realidad. Ir a la escuela significa abrir la mente y el corazón a la realidad, en la riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones. ¡Y esto es bellísimo! En los primeros años se aprende a 360 grados, luego poco a poco se profundiza un aspecto y finalmente se especializa. Pero si uno ha aprendido a aprender —este es el secreto ¡aprender a aprender!— esto le queda para siempre, permanece una persona abierta a la realidad. Esto lo enseñaba también un gran educador italiano, que era un sacerdote: don Lorenzo Milani.
Los maestros son los primeros que deben permanecer abiertos a la realidad —he escuchado los testimonios de vuestros maestros; me ha gustado oírlos tan abiertos a la realidad— con la mente siempre abierta a aprender. Porque si un maestro no está abierto a aprender, no es un buen maestro, y ni siquiera es interesante; los muchachos lo perciben, tienen «olfato», y son atraídos por los profesores que tienen un pensamiento abierto, «inconcluso», que buscan «algo más», y así contagian esta actitud a los estudiantes. Este es uno de los motivos por el que amo la escuela.
Otro motivo es que la escuela es un lugar de encuentro. Porque todos nosotros estamos en camino, poniendo en marcha un proceso, realizando un camino. Y he escuchado que la escuela —todos lo hemos escuchado hoy— no es un estacionamiento. Es un lugar de encuentro en el camino. Se encuentra a los compañeros; se encuentra a los maestros; se encuentra al personal asistente. Los padres encuentran a los profesores; el director encuentra a las familias, etcétera. Es un lugar de encuentro. Y nosotros hoy tenemos necesidad de esta cultura del encuentro para conocernos, para amarnos, para caminar juntos. Y esto es fundamental precisamente en la edad del crecimiento, como un complemento a la familia. La familia es el primer núcleo de relaciones: la relación con el padre, la madre y los hermanos es la base, y nos acompaña siempre en la vida. Pero en la escuela nosotros «socializamos»: encontramos personas diferentes a nosotros, diferentes por edad, por cultura, por origen, por capacidades… La escuela es la primera sociedad que integra a la familia. La familia y la escuela jamás van contrapuestas. Son complementarias, y, por lo tanto, es importante que colaboren, en el respeto recíproco. Y las familias de los muchachos de una clase pueden hacer mucho colaborando juntas entre ellas y con los maestros. Esto hace pensar en un proverbio africano muy hermoso: «Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo». Para educar a un muchacho se necesita a mucha gente: familia, maestros, personal no docente, profesores, ¡todos! ¿Os agrada este proverbio africano? ¿Os gusta? Digámoslo juntos: para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo, ¡juntos! Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo. Y pensad en esto.
Y además amo la escuela porque nos educa en lo verdadero, en el bien y en lo bello. Los tres van juntos. La educación no puede ser neutra. O es positiva o es negativa; o enriquece o empobrece; o hace crecer a la persona o la deprime, incluso puede corromperla. Y en la educación es muy importante lo que también hemos escuchado hoy: siempre, es mejor una derrota limpia que una victoria sucia ¡Recordadlo! Esto nos hará bien para la vida. Digámoslo juntos: siempre es mejor una derrota limpia que una victoria sucia. ¡Todos juntos! Siempre es mejor una derrota limpia que una victoria sucia.
La misión de la escuela es desarrollar el sentido de lo verdadero, el sentido del bien y el sentido de lo bello. Y esto ocurre a través de un camino rico, hecho de muchos «ingredientes». He aquí por qué existen tantas disciplinas. Porque el desarrollo es fruto de diversos elementos que actúan juntos y estimulan la inteligencia, la conciencia, la afectividad, el cuerpo, etcétera. Por ejemplo, si estudio esta plaza, la plaza de San Pedro, aprendo cosas de arquitectura, de historia, de religión, incluso de astronomía. El obelisco recuerda al sol, pero pocos saben que esta plaza es también una gran meridiana.
De esta manera cultivamos en nosotros lo verdadero, el bien y lo bello; y aprendemos que estas tres dimensiones no están jamás separadas, sino siempre entrelazadas. Si una cosa es verdadera, es buena y es bella; si es bella, es buena y es verdadera; y si es buena, es verdadera y es bella. Y estos elementos juntos nos hacen crecer y nos ayudan a amar la vida, incluso cuando estamos mal, también en medio de los problemas. La verdadera educación nos hace amar la vida y nos abre a la plenitud de la vida.
Y, por último, quisiera decir que en la escuela no aprendemos solamente conocimientos, contenidos, sino que aprendemos también hábitos y valores. Se educa para conocer muchas cosas, o sea, muchos contenidos importantes, para tener ciertos hábitos y también para asumir los valores. Y esto es muy importante. Os deseo a todos vosotros, padres, maestros, personas que trabajáis en la escuela y estudiantes, un hermoso camino en la escuela, un camino que haga crecer las tres lenguas que una persona madura debe saber hablar: la lengua de la mente, la lengua del corazón y la lengua de las manos. Pero con armonía, es decir, pensar lo que tú sientes y lo que tú haces; sentir bien lo que tú piensas y lo que tú haces; y hacer bien lo que tú piensas y lo que tú sientes. Las tres lenguas, armoniosas y juntas. Gracias una vez más a los organizadores de esta jornada y a todos vosotros que habéis venido. Y por favor... por favor, ¡no nos dejemos robar el amor por la escuela! ¡Gracias!