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viernes, 1 de julio de 2016
martes, 28 de junio de 2016
Educación, Pymes y cuidado del ambiente
Alumnos secundarios del Instituto San
Pio X y del Instituto Don Orione participaron el 28 de junio de la charla ofrecida
por ECOCYCLE en el auditorio de la comisión mixta del Parque industrial Brown
sobre
-Gestión de Residuos
-Eficiencia energética
-Energías Renovables
ECOCYCLE es una
consultora dedicada al mejoramiento del perfil y desempeño medioambiental de
sus clientes. Su organización, funcionamiento y estructura responden al modelo
de constelación profesional, congregando a más de 270 profesionales, tanto
nacionales como internacionales, capaces de abordar las problemáticas
medioambientales claves a las que esta expuesta una organización.
Más información en: http://www.ecocycle.com.ar/
sábado, 8 de agosto de 2015
El Papa Francisco a los educadores del Ecuador
ENCUENTRO CON EL MUNDO DE LA ENSEÑANZA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Pontificia Universidad Católica de Ecuador, Quito
Martes 7 de julio de 2015
Martes 7 de julio de 2015
Hermanos en el Episcopado,
Señor Rector,
Distinguidas autoridades,
Queridos profesores y alumnos,
Amigos y amigas:
Siento mucha alegría por estar esta tarde con ustedes en esta Pontificia Universidad del Ecuador
En el Evangelio acabamos de escuchar cómo Jesús, el Maestro, enseñaba a la muchedumbre y al pequeño grupo de los discípulos, acomodándose a su capacidad de comprensión. Lo hacía con parábolas, como la del sembrador (Lc 8, 4-15). El Señor siempre fue plástico en el modo de enseñar. De una forma que todos podían entender. Jesús, no buscaba, «doctorear». Por el contrario, quiere llegar al corazón del hombre, a su inteligencia, a su vida y para que ésta dé fruto.
La parábola del sembrador, nos habla de cultivar. Nos muestra los tipos de tierra, los tipos de siembra, los tipos de fruto y la relación que entre ellos se genera. Y ya desde el Génesis, Dios le susurra al hombre esta invitación: cultivar y cuidar.
No solo le da la vida, le da la tierra, la creación. No solo le da una pareja y un sinfín de posibilidades. Le hace también una invitación, le da una misión. Lo invita a ser parte de su obra creadora y le dice: ¡cultiva! Te doy las semillas, te doy la tierra, el agua, el sol, te doy tus manos y la de tus hermanos. Ahí lo tienes, es también tuyo. Es un regalo, es un don, es una oferta. No es algo adquirido, no es algo comprado. Nos precede y nos sucederá.
Es un don dado por Dios para que con Él podamos hacerlo nuestro. Dios no quiere una creación para sí, para mirarse a sí mismo. Todo lo contrario. La creación, es un don para ser compartido. Es el espacio que Dios nos da, para construir con nosotros, para construir un nosotros. El mundo, la historia, el tiempo es el lugar donde vamos construyendo ese nosotros con Dios, el nosotros con los demás, el nosotros con la tierra. Nuestra vida, siempre esconde esa invitación, una invitación más o menos consciente, que siempre permanece.
Pero notemos una peculiaridad. En el relato del Génesis, junto a la palabra cultivar, inmediatamente dice otra: cuidar. Una se explica a partir de la otra. Una va de mano de la otra. No cultiva quien no cuida y no cuida quien no cultiva.
No sólo estamos invitados a ser parte de la obra creadora cultivándola, haciéndola crecer, desarrollándola, sino que estamos también invitados a cuidarla, protegerla, custodiarla. Hoy esta invitación se nos impone a la fuerza. Ya no como una mera recomendación, sino como una exigencia que nace por el daño que provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en la tierra. Hemos crecido pensado tan solo que debíamos “cultivar”, que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados quizás a expoliarla... por eso entre los pobres más abandonados y maltratados está nuestra oprimida y devastada tierra (Enc. Laudato si’ 2).
Existe una relación entre nuestra vida y la de nuestra madre la tierra. Entre nuestra existencia y el don que Dios nos dio. «El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podemos afrontar adecuadamente la degradación humana y social si no prestamos atención a las causas que tiene que ver con la degradación humana y social» (ibid., 48) Pero así como decimos se «degradan», de la misma manera podemos decir, «se sostienen y se pueden transfigurar». Es una relación que guarda una posibilidad, tanto de apertura, de transformación, de vida como de destrucción, de muerte.
Hay algo que es claro, no podemos seguir dándole la espalda a nuestra realidad, a nuestros hermanos, a nuestra madre la tierra. No nos es lícito ignorar lo que está sucediendo a nuestro alrededor como si determinadas situaciones no existiesen o no tuvieran nada que ver con nuestra realidad. No nos es lícito, más aún no es humano entrar en el juego de la cultura del descarte.
Una y otra vez, sigue con fuerza esa pregunta de Dios a Caín: «¿Dónde está tu hermano?». Yo me pregunto si nuestra respuesta seguirá siendo: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4, 9).
Yo vivo en Roma, en invierno hace frío. Sucede que muy cerquita del Vaticano aparezca un anciano, a la mañana, muerto de frío. No es noticia en ninguno de los diarios, en ninguna de las crónicas. Un pobre que muere de frío y de hambre hoy no es noticia, pero si las bolsas de las principales capitales del mundo bajan dos o tres puntos se arma el gran escándalo mundial. Yo me pregunto: ¿dónde está tu hermano? Y les pido que se hagan otra vez, cada uno, esa pregunta, y la hagan a la universidad. A vos Universidad católica, ¿dónde está tu hermano?
En este contexto universitario sería bueno preguntarnos sobre nuestra educación de frente a esta tierra que clama al cielo.
Nuestros centros educativos son un semillero, una posibilidad, tierra fértil para cuidar, estimular y proteger. Tierra fértil sedienta de vida.
Me pregunto con Ustedes educadores: ¿Velan por sus alumnos, ayudándolos a desarrollar un espíritu crítico, un espíritu libre, capaz de cuidar el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz de buscar nuevas respuestas a los múltiples desafíos que la sociedad hoy plantea a la humanidad? ¿Son capaces de estimularlos a no desentenderse de la realidad que los circunda, no desentenderse de lo que pasa alrededor? ¿Son capaces de estimularlos a eso? Para eso hay que sacarlos del aula, su mente tiene que salir del aula, su corazón tiene que salir del aula. ¿Cómo entra en la currícula universitaria o en las distintas áreas del quehacer educativo, la vida que nos rodea, con sus preguntas, sus interrogantes, sus cuestionamientos? ¿Cómo generamos y acompañamos el debate constructor, que nace del diálogo en pos de un mundo más humano? El diálogo, esa palabra puente, esa palabra que crea puentes.
Y hay una reflexión que nos involucra a todos, a las familias, a los centros educativos, a los docentes: ¿cómo ayudamos a nuestros jóvenes a no identificar un grado universitario como sinónimo de mayor status, sinónimo de mayor dinero o prestigio social? No son sinónimos. Cómo ayudamos a identificar esta preparación como signo de mayor responsabilidad frente a los problemas de hoy en día, frente al cuidado del más pobre, frente al cuidado del ambiente.
Y ustedes, queridos jóvenes que están aquí, presente y futuro de Ecuador, son los que tienen que hacer lío. Con ustedes, que son semilla de transformación de esta sociedad, quisiera preguntarme: ¿saben que este tiempo de estudio, no es sólo un derecho, sino también un privilegio que ustedes tienen? ¿Cuántos amigos, conocidos o desconocidos, quisieran tener un espacio en esta casa y por distintas circunstancias no lo han tenido? ¿En qué medida nuestro estudio, nos ayuda y nos lleva a solidarizarnos con ellos? Háganse estas preguntas queridos jóvenes.
Las comunidades educativas tienen un papel fundamental, un papel esencial en la construcción de la ciudadanía y de la cultura. Cuidado, no basta con realizar análisis, descripciones de la realidad; es necesario generar los ámbitos, espacios de verdadera búsqueda, debates que generen alternativas a las problemática existentes, sobre todo hoy. Que es necesario ir a lo concreto.
Ante la globalización del paradigma tecnocrático que tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital y de plenitud de valores, como si la realidad, el bien, la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico» (Enc. Laudato si’, 105), hoy a ustedes, a mi, a todos, se nos pide que con urgencia nos animemos a pensar, a buscar, a discutir sobre nuestra situación actual. Y digo urgencia, que nos animemos a pensar sobre qué cultura, qué tipo de cultura queremos o pretendemos no solo para nosotros, sino para nuestros hijos y nuestros nietos. Esta tierra, la hemos recibido en herencia, como un don, como un regalo. Qué bien nos hará preguntarnos: ¿Cómo la queremos dejar? ¿Qué orientación, qué sentido queremos imprimirle a la existencia? ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué luchamos y trabajamos? (cf. ibid., 160), ¿para qué estudiamos?
Las iniciativas individuales siempre son buenas y fundamentales, pero se nos pide dar un paso más: animarnos a mirar la realidad orgánicamente y no fragmentariamente; a hacernos preguntas que nos incluyen a todos, ya que todo «está relacionado entre sí» (ibid., 138). No hay derecho a la exclusión.
Como Universidad, como centros educativos, como docentes y estudiantes, la vida nos desafía a responder a estas dos preguntas: ¿Para qué nos necesita esta tierra? ¿Dónde está tu hermano?
El Espíritu Santo que nos inspire y acompañe, pues Él nos ha convocado, nos ha invitado, nos ha dado la oportunidad y, a su vez, la responsabilidad de dar lo mejor de nosotros. Nos ofrece la fuerza y la luz que necesitamos. Es el mismo Espíritu, que el primer día de la creación aleteaba sobre las aguas queriendo transformar, queriendo dar vida. Es el mismo Espíritu que le dio a los discípulos la fuerza de Pentecostés. Es el mismo Espíritu que no nos abandona y se hace uno con nosotros para que encontremos caminos de vida nueva. Que sea Él nuestro compañero y nuestro maestro de camino. Muchas gracias.
sábado, 4 de septiembre de 2010
Paradigma del cuidado
Paradigma del cuidado
Después de haber conquistado toda la Tierra, a costa del fuerte estrés de la
biosfera, es urgente y urgentísimo que cuidemos lo que quedó y que regeneremos
lo vulnerado. Esta vez o cuidamos o vamos al encuentro de lo peor. Por eso,
urge pasar del paradigma de la conquista al paradigma del cuidado.
Si reparamos bien, el cuidado es tan ancestral como
el universo. Si después del Big bang no hubiese habido cuidado por parte de las
fuerzas directivas por las que el universo se auto-crea y se auto-regula, a
saber, la fuerza gravitatoria, la electromagnética, la nuclear fuerte y la
nuclear débil, todo se habría expandido demasiado impidiendo que la materia se
adensase y formase el universo que conocemos. O todo se habría retraído a punto
de colapsarse el universo sobre sí mismo en interminables explosiones.
Pero no fue así. Todo se procesó con un cuidado tan
sutil, en fracciones de milmillonésimas de segundo, que permitió que estemos
aquí para hablar de todas estas cosas. Ese cuidado se potenció cuando surgió la
vida, hace 3.800 millones de años. La bacteria originaria, con cuidado
singularísimo, dialogó químicamente con el medio para garantizar su
supervivencia y evolución. El cuidado se hizo aún más complejo cuando surgieron
los mamíferos, de donde también venimos nosotros, hace 125 millones de años, y
con ellos el cerebro límbico, el órgano del cuidado, del afecto y del
enternecimiento.
Y el cuidado ganó centralidad con la emergencia del
ser humano, hace 7 millones de años. La esencia humana, según una tradición
filosófica que viene del esclavo Higinio, bibliotecario de César Augusto, que
nos legó la famosa fábula 220 del cuidado hasta Martin Heidegger, el filósofo,
reside exactamente en el cuidado.
El cuidado es esa condición previa que permite la
eclosión de la inteligencia y de la amorosidad. Es el orientador anticipado de
todo comportamiento para que sea libre y responsable, en fin, típicamente
humano. El cuidado es un gesto amoroso con la realidad, gesto que protege y
trae serenidad y paz. Sin cuidado nada de lo que está vivo, sobrevive. El
cuidado es la fuerza mayor que se opone a la ley suprema de la entropía, el
desgaste natural de todas las cosas hasta su muerte térmica, pues todo lo que
cuidamos dura mucho más.
Hoy necesitamos rescatar esta actitud, como ética
mínima y universal, si queremos preservar la herencia que recibimos del
universo y de la cultura y garantizar nuestro futuro. El cuidado surge en la
conciencia colectiva siempre en momentos críticos. Florence Nightingale
(1820-1910) es el arquetipo de la enfermera moderna. En 1854 partió de Londres
con 38 colegas con destino a un hospital militar en Turquía, donde se trababa
la guerra de Crimea. Imbuida de la idea de cuidado, en dos meses consiguió
reducir la mortalidad del 42% al 2%. La primera Gran Guerra destruyó las
certezas y produjo profundo desamparo metafísico. Fue cuando Martin Heidegger
escribió su genial Ser y Tiempo (1927), cuyos párrafos centrales (§ 39-44)
están dedicados al cuidado como ontología del ser humano.
En 1972 el Club de Roma lanza la alarma ecológica
sobre el grave estado de salud de la Tierra. En el 2001 termina en la Unesco la
redacción de la Carta de la Tierra, texto de la nueva conciencia ecológica y
ética de la humanidad. Los muchos documentos producidos se centran en el
cuidado (care), como la actitud obligatoria para con la naturaleza. Seres de
cuidado entre nosotros son doña Zilda Arns con los niños y dom Helder Câmara
con los pobres. Son arquetipos que inspiran el cuidado y el salvamento de toda
vida.
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